Neoliberalismo
en Argentina: De la dictadura a la democracia
Neoliberalismo en
Argentina: De la dictadura a la democracia
21 marzo 2016
Con la última dictadura se inició una larga etapa histórica
de Argentina marcada por las transformaciones económicas, políticas y sociales
debidas a la aplicación de las políticas neoliberales. En la actualidad, el
macrismo retoma el impulso para profundizar esa línea.
El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 tuvo, en lo
económico, un objetivo muy claro: instaurar a sangre y fuego el neoliberalismo
en la Argentina. Para ello, desplegó un conjunto de medidas –en línea con lo
propuesto por los principales organismos internacionales– que reconfiguraron la
economía local y su inserción en la economía internacional. A su vez, dieron
paso a una brutal transferencia del ingreso de los sectores asalariados a los
capitalistas a través de la represión estatal más violenta de la historia
argentina, en complicidad con algunas de las empresas más importantes del país.
Neoliberalismo a sangre y fuego
La dictadura cívico-militar no fue simplemente un cambio en
el régimen político en Argentina. El
gobierno de facto vino a impulsar un profundo proceso de transferencia de
ingresos y a quebrar el modelo de Industrialización por Sustitución de
Importaciones que imperaba en el país para reemplazarlo por un esquema donde
las finanzas tomaron un rol preponderante.
En relación a la distribución del ingreso, se observa que
los salarios reales se retrajeron un 52 por ciento entre 1976 y 1983, es decir,
perdieron la mitad de su poder de compra. De esta manera, se redujo la
participación de los trabajadores en el ingreso de 47,5 por ciento en 1976 a
tan solo 33,2 por ciento en 1983. Esta brutal transferencia de ingresos no
hubiera sido posible sin la desarticulación y censura total del movimiento
obrero, que presentaba altos niveles de organización y sindicalización. Para
ello, el gobierno de facto recurrió a la prohibición de los sindicatos, a la
brutal represión y desaparición de personas y al desmantelamiento de las
industrias. Justamente en el sector industrial se encontraban los sindicatos
más fuertes (ver entrevista a Victoria Basualdo en la página 8 de este mismo
número).
En línea con los preceptos del neoliberalismo, la dictadura
retrajo la intervención del Estado en el comercio exterior y en el mercado
financiero, impulsando así un nuevo modelo económico. Asistimos a una
liberalización de las importaciones a partir de la rebaja de aranceles que
permitió el ingreso de productos de manera indiscriminada.
Resulta interesante ver la propaganda de la época que
muestra que los productos nacionales que se vendían en el país eran de mala
calidad y que, una vez liberadas las importaciones, la competencia haría que la
producción nacional mejorara. Lo cierto es que los productos extranjeros
desplazaron a los locales y, como resultado, la participación de la industria
en la producción total del país se redujo del 21,8 por ciento en 1976 al 13,2
por ciento en 1983. A su vez, se eliminaron regulaciones y subsidios a las
exportaciones luego de una fuerte campaña contra la intervención estatal. De
este modo, se observó una caída en la participación de las exportaciones
industriales: de 20,8 por ciento al inicio de la dictadura, a 13,3 por ciento
al finalizar.
En este marco, las empresas transnacionales se vieron
beneficiadas por la nueva Ley de Inversiones Extranjeras que estipulaba la
igualdad de derechos y obligaciones entre el capital nacional y el
internacional y, entre otras cosas, eliminaba la posibilidad de que el Estado
oriente el capital extranjero a determinadas actividades.
Al mismo tiempo que la industria perdía protagonismo en la
economía, las finanzas se convertían en el foco central. En febrero de 1977, se
aprobó la Ley de Entidades Financieras que sentaba las bases institucionales
para el proceso de apertura financiera y posterior endeudamiento. Para
dimensionar la magnitud de este movimiento, entre 1978 y 1979 se autorizó la
apertura de mil 197 sucursales financieras. Hasta mayo de 1977, la cantidad de
bancos y entidades de esta índole apenas superaban las 100 en todo el país.
El gobierno de facto generó un modelo en el que las tasas de
interés locales eran muy altas y las internacionales, bajas. Esto gestó una
afluencia de fondos especulativos hacia la plaza financiera argentina, proceso
conocido como “bicicleta financiera”: las empresas nacionales y extranjeras se
endeudaban barato en dólares en el exterior, ingresaban el dinero en la plaza
financiera local para ganar con tasas de interés más altas que las extranjeras,
y luego compraban nuevamente dólares y giraban la plata al exterior. Como la
plata que salía en el mediano plazo era mayor que la que ingresaba, de alguna
manera fue necesario garantizar los dólares para este proceso.
Opinión: Unidad para resistir
Así fue que la deuda externa cumplió el rol de garantizar
que esta dinámica se pueda llevar adelante. Si en
1976 la deuda externa argentina era de 8 mil 200 millones de dólares, para 1983
se había quintuplicado a 45 mil millones.
Esta deuda no fue solamente generada por préstamos internacionales
otorgados por organismos de crédito a Argentina. Mucha de esta deuda se originó
producto de la intención deliberada del gobierno militar de beneficiar a
diferentes grupos económicos. Por ejemplo, en 1981 se comenzaron a aplicar
seguros de cambio donde el gobierno le aseguraba a las empresas cubrir la
diferencia del tipo de cambio que pudiera surgir entre determinados periodos.
Esto generó un aumento del endeudamiento externo, tan solo en 1981, del 32 por
ciento.
A su vez, muchas de las empresas que se endeudaron
en esos años no devolvieron los préstamos que solicitaron en el exterior. Así
fue que hacia el fin de la dictadura, y bajo el argumento de que si esas
empresas quebraban el país iba a entrar en crisis, el gobierno de facto decide
nacionalizar esas deudas y hacerse cargo de ellas. Se estima que el Estado
argentino se hizo cargo de 23 mil millones de dólares de empresas privadas que
declararon no poder afrontar los pagos que tenían que hacer, entre ellas Socma
y Sevel, firmas pertenecientes a Franco Macri, padre del actual presidente.
De la coerción al consenso
Mientras en la década del 70 la instauración del
neoliberalismo se dio a la fuerza, en los 20 años posteriores se intentó crear
un consenso en torno al nuevo sistema económico, tarea que en Argentina la
dictadura cívico-militar había allanado al desaparecer a una generación entera
de personas que resistían estas políticas.
Para dar legitimidad a estas ideas, un grupo de economistas
y pensadores en la década del 50, entre los que se destacan los de la
Universidad de Chicago, creó diversas instituciones, revistas académicas y
premios, entre ellos el Nobel de economía, donde desarrollaban y premiaban sus
ideas. La caída del muro de Berlín, sumado a la derrota de los principales
intentos revolucionarios y movimientos de resistencia de las últimas décadas,
contribuyó a instaurar la idea de que el capitalismo había triunfado
irremediablemente. Como se proclamó en ese entonces, era “el fin de la
historia”.
La gira
de Obama busca una nueva subordinación a Estados Unidos
Por eso, no es casual que el decálogo de políticas
neoliberales impulsado por los Estados Unidos para llevar adelante en todo el
mundo esta ideología económica se haya denominado “Consenso de Washington”. De
repente, el neoliberalismo era un sistema de “consenso” que se aplicó desde el
Chile de Pinochet a los países de la ex Unión Soviética.
Lo cierto es que el nuevo esquema de producción mundial,
basado en la globalización y la deslocalización de la producción, requería el
fortalecimiento de las medidas de desregulación de la economía. La
liberalización financiera era necesaria para poder desplazar los capitales de
un país a otro y la reducción de las barreras aduaneras para deslocalizar la
producción en distintos países hasta ensamblar los productos: el Estado no
debía intervenir en estas decisiones.
Este nuevo esquema de producción, sustentado en las
políticas neoliberales, dio lugar a una transferencia de ingreso regresiva (es
decir, en detrimento de los que menos tienen), no solo en la Argentina, sino en
el mundo entero. Como plantea el reconocido economista Thomas Piketty, mientras
que durante la década del 40 el 10 por ciento más rico de la población se
apropiaba 35 por ciento del ingreso, hoy se queda con 50%.
El consenso de la deuda
A partir de las crisis que azotaron nuestra región a
principios del siglo XXI, Latinoamérica registró un quiebre en la tendencia y
se registró una mejora en la distribución del ingreso, a contramano de lo que
seguía sucediendo en Europa y Estados Unidos.
Sin embargo, actualmente en Argentina estamos asistiendo
otra vez a una redistribución regresiva del ingreso. Como demostró un reciente
trabajo del CITRA-CONICET, las medidas tomadas por el gobierno de Macri
afectaron principalmente a los más pobres. Tras la suba de precios que implicó
la devaluación, la quita de retenciones, la suba de la luz y el aumento de los
alquileres, el 10 por ciento más pobre de la población vio reducido su poder
adquisitivo en un 24 por ciento, siendo la franja de la población más afectada.
Asimismo, la inflación se ubica actualmente en torno al 35 por ciento anual en
un contexto en el que el gobierno nacional manifestó su intención de cerrar las
paritarias en 25 por ciento, lo que generará disputas a lo largo de todo el
año.
La dictadura cívico-militar marcó el quiebre de una serie de
políticas proteccionistas y el final de un Estado de tipo benefactor, dando
paso a una ideología y a un sistema económico que se mantiene al día de hoy. A
pesar de que el kirchnerismo desafió algunas de estas tendencias y postulados,
las continuidades son claras: siguen vigentes las leyes de Entidades
Financieras y de Inversiones Extranjeras Directas y la estructura productiva heredada
de ese entonces. En este continuum, las instituciones económicas
internacionales cumplen un rol preponderante y determinante ya que exigen
ciertas políticas que no pueden ser modificadas a gusto de cada país si quiere
permanecer en los mercados internacionales. Un ejemplo de esto son los límites
que impone la Organización Mundial del Comercio al manejo de la política
comercial.
Actualmente, el PRO busca “reinsertar” a Argentina en el
mundo a partir del acuerdo multimillonario con los fondos buitres para iniciar
un nuevo ciclo de endeudamiento externo. Esto sería la plena reinserción de
Argentina a un mundo donde perduran las reglas del Consenso de Washington. Un
mundo donde la soberanía nacional debe abandonarse para dar paso a las reglas
internacionales dictadas por los organismos internacionales y las grandes
potencias. Un mundo donde la deuda opera como mecanismo de dominación y
transferencia de rentas de los países pobres a los ricos.
Los planteos ideológicos del PRO justifican que la apertura
de Argentina en el mundo será beneficiosa, el sentido común instaurado durante
décadas por un mundo neoliberal lleva a que esta idea no suene descabellada a
pesar de que la historia ha demostrado lo contrario.
Por Pablo Wahren y Daniel Dveksler
http://www.telesurtv.net/news/Neoliberalismo-en-Argentina-De-la-dictadura-a-la-democracia-20160321-0058.html